domingo, 6 de septiembre de 2009

Los colores del amor

Los colores del amor

La luz de la mañana traspasa intempestivamente la ventana, la temperatura caucasiana sube por su cuerpo y se acomoda entre las sabanas y su ser desnudo. Su habitación es confortable, de paredes blancas, amplia y con poca decoración, donde destacan el tocador, un espejo de cuerpo completo y un perchero del que cuelgan infinidad de objetos excéntricos. Da vueltas en la cama, (matrimonial, perfecta para cuando su amante decide quedarse hasta el amanecer) de un lado a otro, para percatarse al fin, de que el sueño se ha ido. Decide levantarse y comenzar su rutina matutina; alza la mirada y da gracias a su Dios, es creyente aunque no acude a la iglesia por un profundo desgano, originado en el rechazo constante del que ha sido víctima, hecho que tampoco ha diezmado su fe. Se dirige a la mesa ubicada al extremo izquierdo de la habitación, es sencilla, pero hecha en roble, donde se encuentra la grabadora y toda la música que le gusta; entre sus discos compactos, hay algunos trabajos de Gloria Trevi, Madonna, Alejandra Guzmán, Thalía, uno que otro de vallenato y reggaetón; encuentra por fin el que se acomoda a su estado de ánimo, pone la canción y se dirige hacia el tocador, se sienta en su butaca forrada en cuero engamuzado rojo y mientras tararea “… pasa ligera, la maldita primavera… …me hace daño sólo a mí…”, mira su imagen reflejada en la superficie del cristal y no se reconoce, no es lo que desea ver, se siente un ser que el azar puso en el cuerpo equivocado. De inmediato asaltan los recuerdos, las infinidad de veces que su madre le pidió discreción aceptando por fin a regañadientes su homosexualidad, y siempre exigiéndole tener mucho cuidado para que el resto de la familia no se enterara de su condición; le parece estar viendo la cara encolerizada de su padre el día que se entero de todo, sus ojos fulgurantes, como los del mismísimo Zeus, lanzando rayos y centellas con tal furia que hasta los cimientos de la casa temblaban. Esta escena marcó el comienzo de su libertad y también el fin de sus lazos familiares. Prende un cigarrillo y sacude con fuerza la cabeza para despejar esos recuerdos que entristecen, lo que paso pasó, sin embargo sabe en el fondo de su ser que asumir su condición sexual ha sido una carga personal, familiar y social y aunque lo ha asumido con entereza hubiera preferido no llevar esa carga sobre sus hombros. Absorbe otra bocanada de humo y lo expulsa lentamente; observa como éste sube al cielo mientras su mente divaga entre las muchas veces en que durante su niñez, en actitud desolada, preguntaba angustiosamente a Dios el por qué de su condición, porque le ponía una prueba tan dura y como una y otra vez intentaba sin éxito asumir actitudes propias de su género, sintiéndose en el fondo de si una persona anormal, pervertida, diferente; pero ¡Qué hijueputas! Al fin y al cabo, también tenía sueños, ilusiones y expectativas de vida como cualquiera.

Abre una de las gavetas del tocador, saca una revista de farándula y la ojea por unos minutos, deteniéndose ocasionalmente en algún chisme que logra capturar su atención, para luego detenerse en el horóscopo, expectante con respecto a lo que los astros le deparan para esta semana; la suelta con desgano al percatarse que el tiempo corre y se le hace tarde para ir a trabajar. Abre el closet donde todo está perfectamente pulcro y organizado. Entre sus ropas y objetos personales sobresalen una amplia gama de colores y texturas, diferentes marcas y estilos, porque ante todo, tiene un buen gusto y un excelente sentido estético. Tarda en decidir que ropa usar hoy, al final, opta por algo suelto y ligero, de estilo deportivo, puesto que tiene por delante una ardua jornada. Suena el celular, al ver la pantalla nota que es su pareja mas reciente y el corazón le salta de emoción, conversan un rato de cosas triviales y acuerdan verse, como todos los sábados en la noche, en el apartamento de unos amigos (que por prejuicios sociales y miedo al rechazo, aun no han salido del closet), para tomarse unos tragos y desinhibirse. Cuelga el teléfono, se maquilla, se perfuma, toma un café y sale hacia su lugar de trabajo. Llega temprano, dispone todo para comenzar la jornada y se sienta a esperar su primer cliente. Se reclina sobre un amplio y cómodo sofá azul rey y mira a su alrededor: el lugar es agradable, iluminado, un espacio donde se siente a plenitud, como persona querida y respetada, y en donde por fin, después de muchos años y trasegares encontró su lugar, un sitio donde las máscaras están de más y donde el derecho al libre desarrollo de su personalidad no se queda en el papel, sino que es aplicable a su realidad, aunque no falta quien deje escapar de vez en cuando un chiste de género , como una forma más de violencia hacia su ser, pero que con los años y la experiencia ha aprendido a sortear con dignidad, sin permitir que le afecte.
Por la noche, después de una ardua jornada de trabajo, se arregla para cumplir la cita con su pareja. Se encuentran en su casa y van a la fiesta programada. El lugar de reunión es agradable, amplio, iluminado y confortable. Se distinguen por aquí y por allá, muebles finos, objetos de arte y una extensa biblioteca en donde se entremezclan novelas de autores clásicos y tratados judiciales. Entre tragos y otras cositas menos legales pero más estimulantes, la conversación sobre libros, cine (drama, el que más les gusta), y uno que otro chisme de la farándula local, transcurre la noche sin sobresaltos y cuando el calor del alcohol comienza a treparse por el cuerpo, llega la hora de irse por las discotecas de la avenida El Pajonal, para bailar y bailar, para luego, culminar la noche en los brazos de su amante, embriagados de éxtasis y placer hasta el último átomo de su ser.

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